12.11.2021

En ese libro, el escritor “explora el yo con una catana”. Las páginas están manchadas de mierda: abre de par en par las puertas de su casa para que el lector escuche los llantos, los gritos de unos y otros; y para que vea los trastos por en medio, sienta estupor ante un padre que no puede más y no puede más y no puede más y pese a todo. Y sin quererlo. Porque cuidar de dos niños —uno autista— no es un camino llano, con vacas pastando al fondo y un sol amable de marzo: es incertidumbre, es miedo, es desesperación, es hablar con fantasmas a los que preguntas por qué a mí, por qué a nosotros.

El poeta quiere tiempo, necesita de otras manos para vencer la autocompasión, el dolor que esconde dentro de las paredes de la casa. Tal vez ni eso: siquiera para soportarlo, sobrellevarlo mientras los días se evaporan y se intenta la felicidad una y otra vez.

Vivo con Martín y con el ruido
de objetos que se rompen
de plástico cristal
creencia o aglomerado

al principio los dejaba en una esquina
confiaba en un futuro sin ellos
pero se amontonaron:
la mitad de mi casa
la rota
no se limpia nunca
la otra mitad
resiste mal
por eso atravesamos
los pasillos rápido en silencio
mirando al suelo
sin respirar.

José Daniel Espejo: debajo del dolor
30 Nov 2020
/Daniel J. Rodríguez
/ José Daniel Espejo, No-Perfil

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