(…)
Las hojas de Lvov eran otra cosa. Eran eternas, infinitamente verdes e infinitamente vivas, indestructibles y perfectas; se movían con la ligereza y distinción de las aletas del delfín. (…)
Dos ciudades
Adam Zagajewski, 1991
Traducción: Jerzy Sławomirski & Anna Rubió