lunes 29 de julio de 2002

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La periodista le pregunta al hombre cómo logra, después de 800 representaciones, tener esa mirada de enorme esperanza en el primer acto de la obra, sabiendo que todo termina tan mal en el quinto acto.

Y el hombre le dijo simplemente:

porque en el primer acto todavía no puedo saber eso.

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Pude ver desde afuera todo lo que ocurrió allí, a través del vidrio del frente del comercio.

La señora, una china que desde hace siglos que está en Buenos Aires, demostraba entender muy dificultosamente los pedidos de esa clienta, y contestaba cada pregunta que le hacía ella, presumiblemente sobre los precios, calidades y cantidades de la mercadería, de acuerdo a lo que se podía advertir que quería dar a entender que entendía, que aparentaba ser muy poco.

Hasta que llegó el momento en que le presentó la cuenta de la compra, y entonces fue la clienta la que puso cara de no entender lo que sumaba allí.

Y por supuesto que pagó sin chistar, porque todas sus preguntas sobre los números fueron respondidas en forma igualmente incomprensible, enigmática, y sumamente eficaz para la brillante operación o por lo menos para la inusual supervivencia del negocio.

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Ese hombre decía que posiblemente una de las cosas maravillosas de un divorcio o de una separación, que de por sí suelen tener bastante de cruento o de penoso, es que en un instante uno puede sacarse de encima una tonelada de parientes políticos.