jueves 5 de septiembre de 2002

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Hay cosas que la gente no se imagina. Es fácil pensar en el panadero haciendo panes. O en algún artesano produciendo las piezas de sus artesanías unas atrás de las otras.

Pues bien. Ese abogado supo de hacer escritos para iniciar juicios, y de ir haciéndolos a un cierto precio cada uno, nada elevado por cierto, como se hacen panes, a tantos pesos cada pan.

Cada escrito se originaba y hacía referencia a situaciones distintas, pero se iban reduciendo a la misma situación, hacer pan.

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Cuando una familia concurre por cinco generaciones a un colegio prestigioso, la corriente parece interminable, y la tradición también.

Pero todas las historias pueden concluir abruptamente si un director amparado en su cargo dice algo altamente inaceptable y ofende gravemente a la madre de un alumno de doce años que está presente, y ese alumno hace lo que tiene que hacer y se hace echar del colegio pegando ese trompazo impecable.

Seguido de la bofetada inolvidable de esa madre a su hijo, porque, aún dándole toda la razón, y agradeciéndole su gesto en su corazón, debía pegársela, porque también ella sentía que era eso lo que le tocaba hacer.

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Alguna gente llega de Europa a Buenos Aires y se sorprende porque primero hay que pagar el helado para que recién después de eso te lo den.

Y también ocurre que una dama se sorprenda porque por haber dicho en un taxi algo tan común en otros sitios como: puta madre! ante un casi accidente de tránsito, el taxista quedase prácticamente congelado en su sitio por la conmoción.

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Alguno podría pensar que Sócrates, como abogado en causa propia, quizás no se defendió bien.

Pero en el fondo, quizás haya actuado como actuó porque a pesar de que su derrota en el debate implicaba su muerte, como hombre sabio podía advertir que su muerte implicaba también sacarse a todos esos tipos de encima y quedar fuera de su alcance para siempre.