viernes 10 de mayo de 2002

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Cuando le preguntabas dónde había conocido a su esposo, decía que se habían conocido en las Olimpíadas de Ingenio, en Nueva York, y que ella estaba en el equipo alemán, y él en el equipo argentino.

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Es muy difícil concebir que la gente aplauda el sonido de una grabación que se oye en un lugar público.

Cuando se dude si lo que se escucha es grabado o si hay músicos allí tocando en persona, si escuchamos los aplausos al final, estaremos seguros de que los músicos están allí.

Pasa lo mismo en el cine, donde es muy difícil oír aplausos, salvo casos muy excepcionales. En cambio en el teatro, aplaudir es habitual.

De donde yo pensaba que gran parte del asunto de aplaudir está en el requisito de que también esté el artista allí para recibir el aplauso.

Y entonces me acordé de cuando enterramos a mi hermano, y estaba toda la gente allí, y por un segundo, todo fue posible, y mi hermana aplaudió, y aplaudimos todos.

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Cuando mi prima dijo que ese coro había dejado de funcionar después de haberlo hecho por treinta años, pensé que lo mío, al renunciar al coro justo antes de eso, era muy parecido al dibujo animado en el que la pantera rosa viene cayendo dentro de una casa que se precipita en el vacío, y sale caminando tranquilamente de un saltito, exactamente un segundo antes de que la casa termine de caer y se pulverice en mil pedazos en el piso justo al lado de ella.

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Estábamos todos en un lugar de espectáculos públicos, y había un puesto en el que te daban gratis unos refrescos.

Un hombre de un grupo de señores que había allí terminó de tomar lo que había en su vaso de plástico y lo puso delicadamente al pie de una columna.

Un rato largo después, de ese mismo grupo, otro de los hombres terminó de tomar, y se felicitaba en alta voz a sí mismo y decía: "¡qué maestro!", porque había tirado su vaso vacío a dos metros, y lo había embocado limpiamente dentro del vaso que había dejado el otro al lado de la columna.

Y yo pensé que no, que tanto el primero como el segundo estaban iguales, que habían empatado en errar el tiro, porque habían ignorado que su blanco era el cesto de residuos que tenían a la vista solamente unos pocos pasos más allá.