domingo 12 de mayo de 2002

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Frotar el ajo en la fuente es algo que ví hacer una vez a una señora de ascendencia catalana que preparaba una ensalada.

Yo en su momento le conté a mi mujer la historia. Así fue que anoche ella me dijo:

– Cuando preparé este plato me acordé de lo que me dijiste acerca de frotar el ajo en la fuente.

– Quedó bien rico lo que hiciste, ¿frotaste el ajo?

– No.

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Hoy amaneció un hermoso día, tan nublado, que de a ratos se encendía el alumbrado público automáticamente, al mediodía, y era extraordinario verlo, porque se disfruta viendo lo extraordinario.

Que es lo mismo que me cuentan que sucede en Suecia, Noruega, Dinamarca, pero al revés, en los grises inviernos, cuando algún rarísimo día, las nubes al abrirse, por un momento, dejan ver el sol.

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Era bien extraordinario ver esa escena donde había un hombre que hablaba muy cerca de la cara de una mujer que tenía parada enfrente. Estaba el esposo de la mujer escuchando la conversación. El que hablaba se mantenía muy cerca de la cara de esa mujer, que iba retrocediendo para mantener una distancia tolerable, pero era inútil, porque el otro se acercaba todo el tiempo de nuevo. Como el esposo se mantenía fijo en el lugar, lo que ocurría era que se convertía en el eje del movimiento de las otras dos personas, y dieron el que hablaba y la mujer que retrocedía, varias vueltas alrededor de él.

El que hablaba nunca se dió cuenta de lo que ocurría.

Y era un buen ejemplo, más bien gracioso, de lo que es la proxémica, que así le dicen al estudio de las distancias entre las personas, en las distintas circunstancias y en las diferentes culturas.

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Alguien explicaba un tema de sus retinas y de la conexión de eso con su orientación hacia la crítica de arte.

Fue allí que dijo esto:

porque tengo dificultades en la vista, entonces veo mejor.