miércoles 19 de junio de 2002

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Formas de provocar exasperación pueden ser esperar unos segundos o minutos, un retardo, cuanto más largo, más exasperante, hasta que contestamos, o hasta que acudimos, desde el momento en que nos hablan o nos llaman, y no hacerlo una sola vez, sino hacerlo siempre, cada vez.

Otra forma puede ser lograr que los demás estén pendientes de uno todo el tiempo, por alguna cosa que haya en nuestra actitud.

Puede ser por nuestro aire distraído, por nuestro caminar errático, si es que andamos en compañía por la calle, o por una especial discontinuidad que lleve la forma atención desatención, que tenga consigo la imposibilidad del pronóstico, es decir, que no se sepa a ciencia cierta qué cosa haremos a continuación, o que implique la aparente necesidad de que los demás se hagan cargo de echar una mirada sobre nosotros cada tanto, por si nos perdemos o por si llegáramos a necesitar algo.

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Podemos perfectamente exasperar a los demás si al mismo tiempo que nos mostramos dependientes podemos lograr mostrarnos altivos e independientes, lo que puede ocurrir por ejemplo si pedimos consejos y los desoímos al mismo tiempo de recibirlos, manifestando en forma ostensible que jamás en nuestro sano juicio haríamos tal cosa como la que nos dijeron a nuestra solicitud.

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Los cambios de humor sin causa aparente son bien exasperantes, y la exasperación crece con el aumento de su frecuencia y caprichosidad.

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Cuando somos nosotros los que provocamos exasperación en el otro, nos sentimos tratados injustamente por él, atribuyendo a su inestabilidad emocional las reacciones desmedidas a nuestras actitudes más inocentes y naturales.

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La sensación de ganarse el pan es algo grandioso, no solamente porque permite pagar las cuentas, pocas o muchas, sino porque pone a la persona en el marco del deber cumplido, de la legalidad, del cumplimiento de los mandatos y los roles y puede echarse a dormir en paz.

Salvo que opte por señalar los inconvenientes que presenta esa forma de ganarse el pan, y por hacer una lista de ellos, y ponerlo en la cuenta de las insatisfacciones, con lo cual rápidamente se pierde esa sensación grandiosa, en cuyo caso, sería mejor olvidar todo y quedarse sin hacer eso.

Pero entonces empieza el drama de las cuentas sin pagar y de los roles que quedan sin cumplir, lo que evidencia que las cosas no son nada fáciles para nadie, ni para los que se ganan el pan, ni para los que no se lo ganan.

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Visto este delicado asunto de otra manera, es grandioso ganarse el propio pan, y también es grandioso no ganárselo. Pagando los precios que correspondan en cada caso, y pagándolos con alegría y en efectivo.

En Buenos Aires se usa una expresión increíble para aludir el pago, solamente en efectivo: pagarlos al contado rabioso.