martes 11 de marzo de 2003

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hay un hotel en el centro de Buenos Aires, el hotel de La Fraternidad, nombre de tono un tanto antiguo, que corresponde a la entidad que agrupa a los maquinistas de los trenes;
el turismo de este gremio en esta época tiene que ver mucho con temas de salud, gente que viene de los pueblos del interior del país a hacerse atender por especialistas de la capital;
ese hotel sindical en pleno centro presenta un panorama bien inusual en un hotel, que deja ver toda suerte de enfermedades evidentes o no tanto, en todas la edades, y además, las costumbres de los pueblos de origen, por ejemplo, en pleno centro, sacar las sillas a la vereda y sentarse a mirar pasar la vida
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ella contaba cómo le impresionaba darse cuenta con sus compañeras de clase, cómo había diferencias entre una y otra, en el tiempo que cada una llegaba a comprender y ejecutar la indicación de movimiento que había dado la profesora;
pero lo dijo de esta manera:
es impresionante ver lo que le tarda a alguna en llegarle la indicación al cerebro
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la cena había casi terminado, y la muchacha había dejado sin comer un trozo de exquisito abadejo a la parrilla;
su madre, le dijo: podrías preguntar si alguien lo quiere; entonces la muchacha dijo: ¿alguienloquiere?yo;
pero la que dijo yo sin dar tiempo a que se terminara de formular la pregunta fue la madre, que usó el camino más largo para hacerse de inmediato de ese trozo de abadejo.
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un médico puso toda su vida al servicio de la investigación de las causas y el tratamiento de una enfermedad; ésa era la historia, y ese médico había muerto precisamente de esa enfermedad; por tragedia e ironía del destino, por exponerse a esos riesgos, por muchas razones, pero esa muchacha de doce años al referirse a la muerte del médico dijo: ¡es ridículo!;
y sí, también es ridículo