viernes 18 de julio de 2003

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hay en uno de los parques de Buenos Aires un sector dedicado a las rosas, que incluye ejemplares especiales, donde por supuesto, el público tiene prohibido sacar siquiera un palito, sabiéndose que esas plantas se pueden duplicar de un gajo manejado con habilidad y con cierta fortuna;
lo cierto es que ese día estaban podando los rosales de las especies más exóticas, por todos lados había ramas por el piso, y los visitantes, algunos con bolsitas de plástico y otros simplemente pinchándose con las espinas, se llevaban todos los gajos que podían;
los guardianes que nunca dejan sacar una hojita ignoraban completamente a los paseantes cargados con su botín;
el de las bolsitas de plástico trataba de retener a cuál especie rara correspondía cada palito, por supuesto que inútilmente, y siendo en esta ciudad llamados cartoneros quienes buscan en la basura, también dijo:
me siento el cartonero de las rosas
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y toda esa esforzada recolección de material que hubiera sido como oro en manos de alguien capacitado para hacerlo funcionar, languideció entre pruebas desafortunadas;
un par de semanas más tarde, después de pinchar mucho a los improvisados jardineros, ese material siguió su previsible destino y terminó en una bolsa más, junto con la basura común de la casa