viernes 1 de agosto de 2003

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era una una publicación de distribución gratuita llamada Diario del Viajero, nombre extraño, siendo que nada o casi nada de lo que se decía allí era relativo a los viajes de nadie;
mientras esperaba que alguien terminara de hablar en la cabina telefónica leyó montones de cosas que consideró de ningún interés, y una frase, una sola, entre algunas que decían demasiado, o demasiado poco:
que otros se jacten de las cosas que han escrito
a mí me enorgullecen las que he leído
Jorge Luis Borges