martes 19 de febrero de 2002

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La cena había sido exquisita, y yo había declarado que iba a lavar los platos. Y parecía que nunca me iba a levantar de allí, de tan cansado y de tan bien que estaba. Pero yo sabía que me iba a levantar en algún momento. Solamente estaba esperando una señal.
Y ocurrió que una cucaracha subió por adentro de mi pantalón. Nunca nadie, creo yo, lavó los platos con tanta adrenalina encima.

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Una vez un médico tuvo la idea de recetarme Roh$$$ol, un medicamento más bien fuertecito para dormir.
Y yo pasé, de un segundo, en el que me dormí, al siguiente segundo, en que me desperté, y hubo ocho horas en el medio, que nunca las registré, y quedaron perdidas para siempre.

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Hace unos días en este mismo lugar se hablaba de lo posible que era hacer un espacio sagrado en cualquier momento, y en cualquier lugar, mientras estamos haciendo la vida de todos los días.
Y hubo un señor, que se llamó Joseph Campbell, que lo expresó de esta manera:
He estado viajando mucho estos últimos diez años, y cuando estoy en un sitio donde no he estado antes, la clase de cuarto de hotel que prefiero es la del tipo completamente impersonal, un cuarto eficiente, de los que hay en un Holiday Inn. Abro la valija, pongo los libros en la mesa, cuelgo la ropa en el armario, y eso es todo: aquí está Joe Campbell y aquí están sus libros. ¿Qué más tenemos en el mundo? Cualquier lugar puede transformarse en un espacio sagrado una vez que uno tiene su propio espacio sagrado.

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Bueno, entonces parece, como ha quedado muy bellamante expresado por este hombre, que el espacio sagrado es portátil, pero si todavía alguien quisiera irse bien lejos de donde está para probar, también lo tiene bastante más fácil, y más a mano de lo que pudiera pensarse.
Siendo que, después de todo, como leí una vez en la revista la Pequeña Lulú, el lugar de toda la Tierra que se encuentra más alejado de nosotros queda justo atrás de donde estamos parados, se encuentra a nuestra espalda, exactamente.