miércoles 20 de febrero de 2002

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Me subí a un banquito para buscar una toalla en el armario como si fuera la última vez en la vida.
Y cuando estaba lo más tranquilo haciendo eso escuché ese ruido como el que hacen las hélices del helicóptero y miré, a centímetros, milímetros, muy cerca de mi cara, de mi cabeza, de mi cuello, ese ventilador que hay en el techo, pero yo pensé; mierda, lo tenemos para otra cosa. Y pensé, menos mal que me tomé esa cerveza que tenía ganas de tomar, por un poquito y nunca me la hubiera tomado. Y me acordé de lo que había escrito sobre este asunto de los casi.
Pero la sospecha persiste, surgiendo cada vez que hay un "casi", cada vez que casi terminamos la vida por accidente, por eventos fatales, pero seguimos del lado de adentro de esta vida de acá.
Así, chocamos con el auto y nos salvamos en forma inexplicable, se derrumba la casa del terreno contiguo sobre nuestra habitación, pero en un momento en que no estábamos allí, o si estábamos, nunca lo recordaremos, porque es como si nunca hubiéramos estado.
Porque quizás lo que ocurra es que la vida aparentemente sigue, pero en otra versión, con nosotros adentro. Un nosotros muy parecido al que quedó trizado en el incidente fatal, pero sutilmente distinto, para una nueva etapa, como si no hubiese pasado nada, por milagro, y es una nueva versión de uno mismo.
Y así no es raro poder seguir con esa impresión de que la muerte es la muerte de los otros y siempre es la muerte de los otros, nunca la nuestra, y sin que resulte perceptible para nosotros eso, seguimos como si fuera la misma vida, pero en realidad algo en nosotros parecería sospechar que podría ser un capítulo nuevo, cada vez que vemos o entrevemos ese pliegue, la juntura que parece y no parece existir entre una vida que terminó, y una que recién acaba de comenzar en ese punto, en el mismo sitio y lugar del tiempo, como si nada hubiera pasado.
Transmitiendo todo esto en una nueva versión de nadakedecir*, después de pasar a través del tremendo ventilador de techo.