jueves 25 de julio de 2002

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Sin ninguna necesidad de viajar a la China, las corrientes migratorias nos permiten tocar un poco el espíritu de esas culturas tan lejanas para nosotros.

Siempre pensé que los chinos que atendían en los pequeños supermercados que aparecieron en Buenos Aires como hongos después de las lluvias estaban impedidos de sonreir, y que eso era una pauta cultural. Lo había deducido, no sé porqué, de mis infructuosos intentos por saludar y esperar en retribución un saludo, una mirada y una sonrisa, de una pareja que es propietaria de un comercio de ésos.

Pero cambié de opinión porque vi a esa misma pareja por la calle, sonriéndose y conversando entre sí, con todo el amor y con toda la alegría.

Y además, porque el otro día entré en otro de esos comercios que había abierto recientemente, y allí había dos chinos, uno de los cuales sonreía aparentemente sin ninguna dificultad.

Solo escibiendo esto, varios días después, pensé que ese hombre podía haber tomado algún curso de marketing en una escuela local, o haber leído quizás la traducción china de Cómo ganar amigos, el clásico de Dale Carnegie.