jueves 8 de agosto de 2002

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La novedad en la biblioteca pública es que en estos días alguien, en una habitación interna, deja encendida la radio, de modo que en la sala de lectura se escucha la música, las noticias, la publicidad, todo.

Pero más que todo eso, el mensaje que se escucha fuerte y claro es el siguiente:

en esta biblioteca yo hago lo que quiero, y si yo quiero, dejo la radio encendida aunque moleste a todo el mundo.

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Ese niño miró a su padre y le declaró solemnemente:

cuando sea grande voy a tener un trabajo seguro.

Y se lo decía a un padre que había empezado desde muy niño a ganarse la vida, y que se había esforzado lo indecible, por casi medio siglo, por tener un trabajo seguro. Y gran parte de ese casi medio siglo había transcurrido en trabajos seguros que finalmente habían demostrado no resultar tales.

Cómo decirle a ese niño, sin quitarle su fuego, que nunca habría en este mundo un trabajo lo suficientemente seguro como para él, y que eso, está entre las mejores cosas que este mundo tiene para ofrecer, que es la necesidad, el desafío, en fin, la libertad de salir a buscar cada vez, a buscar o inventar lo nuevo.

Así sólo sea por obligación, gracias al amable empujón de alguien que con las peores o mejores palabras que pudo encontrar, nos avisa que estamos despedidos.

Salir despedidos, esa es una buena imagen, salir despedidos hacia una nueva pantalla, otras reglas, hacia un nuevo nivel de juego. Cada vez.