jueves 14 de marzo de 2002

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Subieron al transporte público tres muchachas de como dieciocho años, y una de ellas llevaba encendido un palito que producía humo aromático.

Cualquiera de los pasajeros que hubiera podido decirle que no podía fumar allí, si eso hubiera sido un cigarrillo, no le dijo nada, porque la situación nos desconcertaba a todos.

Hasta que bajé, ví como ella estuvo conversando con sus amigas y sonriendo, haciendo circulitos distraídamente en el aire con el palito encendido.

Y yo pensé en cuántas cosas que hacemos, estando en compañía, que no haríamos estando solos.

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Una de las cosas que hacemos no bien conseguimos un niño, que puede ser hijo, sobrino o prestado, no importa, es remontar un barrilete.

Por aquí les decimos barriletes, pero he oído que en la zona rural del Uruguay les dicen pandorgas. En las historietas de otros países se lee que les dicen volantines, cometas.

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Tenemos áreas atendidas y áreas desatendidas.

Porque solo tenemos cierta cantidad de energía disponible para volcar a la atención.

Entonces, desarrollamos intereses, potencialidades y capacidades en ciertas direcciones en desmedro de otras.

Y así cosechamos moderadas virtudes y moderados defectos.

Se me ocurre que es como taparse con una frazada o manta un poco insuficiente.

Si tiramos para tapar una cosa se destapará otra.

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De modo que agradecemos a nuestros defectos el espacio que han dejado para poder cultivar nuestras virtudes.

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Muchas veces tener tiempo es un problema.

Tenemos tiempo y nos damos cuenta de tenerlo, especialmente cuando de repente se nos termina una ocupación que nos llevaba una cantidad fija y repetitiva de tiempo.

Tener tiempo y no ocuparlo produce una presión, una sensación incómoda y algo desagradable.

Se supone que si no estamos haciendo algo la vida se siente como inútil, desperdiciada, inexplicable.

Si uno pudiera resistirse a la tentación de ocupar enseguida el tiempo disponible, podría hacerse posible la aparición de cosas nuevas.

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Recobrar el tiempo ya ocupado es bien difícil.

Casi imposible. Pero no es verdaderamente imposible.

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Está más al alcance de las personas el ser más restrictivos en la situación previa a tomar nuevas actividades que involucren obligaciones de disponer de su tiempo especialmente las que consisten en aquellas que se repetirán en forma estable y periódica.

Y si parece que no nos podemos negar a tomar esas obligaciones, podemos demorar nuestras decisiones y pensarlo mejor.

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A veces parecemos no querer tener tiempo,

porque tener tiempo es tener responsabilidad.

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Tener tiempo sólo consiste en decir que no.

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Sorprende mirar la sombra del avión deslizarse sobre la superficie de la tierra cuando volamos,

y ver que esa sombra tiene borde luminoso.

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Mi compañero del vuelo nocturno me preguntó, mirando por su ventanilla:

¿es peligroso que haya fuego en el ala?

Me incorporé de un salto, me acerqué a la ventana para mirar y lo insulté durante un largo rato,

después de ver que se había confundido con el débil resplandor de esa lamparita roja que daba vueltas, y producía los consabidos destellos intermitentes de las lamparitas rojas que tienen todos los aviones.

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Era un vuelo de cabotaje en medio de una fuerte tormenta.

Cuando el avión, después del tercer intento pudo finalmente aterrizar, todos nos sentimos aliviados.

Anunciaron que estábamos en el aeropuerto de destino y nos permitieron descender.

Cuando estábamos caminando por la pista hacia las instalaciones del aeropuerto, llegó corriendo una de las azafatas, diciéndonos que teníamos que embarcar nuevamente, porque el avión había aterrizado en el aeropuerto de otra ciudad.

Mi compañero de viaje y yo con sólo mirarnos, decidimos continuar desde allí nuestro viaje por tierra.

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Ingmar Bergman. La linterna mágica. Memorias. Tusquets.

En el camino que sube a la estación hay una fragua cuyo propietario parece un príncipe mongol. Está casado con una mujer todavía hermosa, aunque muy estropeada, que se llama Helga. Tiene muchos hijos y viven en dos pequeñas habitaciones situadas encima de la fragua. Allí reina el desorden, pero también la amabilidad. A mi hermano y a mí nos gusta jugar con los hijos del herrero. Helga da de mamar al más pequeño. Cuando el niño se ha hartado, la madre llama a mi amigo, que es de mi edad: «Ven, Jonte, que ahora te toca a tí». Con el corazón lleno de envidia veo que mi amigo se pone entre las rodillas de la madre y, cuando ella le acerca su turgente pecho, se inclina hacia adelante y chupa con glotonería. Pregunto si me deja probar, pero Helga se echa a reir y dice que antes le tengo que pedir permiso a la señora Akerblom. La señora Akerblom es mi abuela. Comprendo avergonzado que he tropezado con una de esas complicadas reglas que se van amontonando en mi camino.

Ingmar Bergman, Memorias.