viernes 15 de marzo de 2002

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De los bienes que la sabiduría ofrece para la felicidad de la vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad.

No se ha de considerar aptos para la amistad ni a los precipitados ni a los indecisos pues también por amor a la amistad es preciso arriesgar amistad.

Aún eligiendo la amistad por el placer, soportamos los mayores males por los amigos.

Epicuro, La Felicidad, Editorial Debate, citado por Carlos García Gual.

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Un amigo me contó que en el cine había escuchado esta definición de milagro:

cuando Dios hace posible lo imposible.

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Para tener comunicación con lo milagroso habría que tomar contacto con eso.

Vale para los milagros chicos y vale para los grandes.

Se nos pasan los milagros chicos, no porque sean chicos de verdad, sino porque al ser frecuentes, les restamos importancia.

Los milagros grandes se nos pasan porque no los creemos posibles, porque les encontramos apresuradamente cualquier explicación, o porque no nos animamos a percibirlos, de tan increíbles que nos parecen.

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Para que Dios haga contacto con alguien, tiene que haber Dios, pero también tiene que haber alguien allí, para que Dios haga contacto.

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Ese hombre no creía en los milagros, pero conocía a una persona de quien se decía que tenía facultades paranormales, y que veía el futuro.

Un día se le ocurrió llamarlo para decirle que tenía que preparar en dos días un examen que normalmente llevaba más de dos meses completos de estudio muy intenso de día y también de noche. A todas luces eso era imposible de preparar en solamente dos días. Pero ese hombre le respondió enigmáticamente: no veo ningún problema con ese examen, y se lo repitió tal cual.

El día del examen, los profesores estaban reprobando a todos y este hombre iba a presentarse solamente para llamarlo al otro y contarle que lo habían reprobado.

Cuando le tocó rendir, le preguntaron cosas tan difíciles, que se salían del programa de esa materia.

La primera pregunta la contestó con lo que sabía de otra materia que había rendido recientemente, y que tenía una conexión más bien incidental con la que estaba rindiendo en ese momento.

La segunda pregunta versaba directamente sobre otra materia, y la contestó con toda precisión, y aún no sabe porqué retenía ese conocimiento tan preciso después de pasado tanto tiempo de haberlo adquirido.

La última pregunta que le hicieron era sobre un punto tan ignoto y particularmente sin importancia del programa de examen, que todo el mundo lo dejaba para el final y finalmente lo omitía pues era muy menor comparativamente con el resto. Eso, lo leyó con total falta de criterio y distraídamente, justo en el momento anterior a pasar a dar su examen.

Tuvo que llamar al hombre con facultades paranormales y contarle que fue el único que aprobó ese examen, y que sacó la nota más alta de su carrera.

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Ese mismo señor tuvo una experiencia simétrica con otro examen para el que sí había estudiado lo suficiente.

Al llegar, el profesor lo miró, dejó de hablar unos segundos con su esposa por teléfono, y le dijo:

Usted sabe que debo reprobarlo, esta no es una materia que se pueda rendir así, sin asistir a clases en forma regular.

Y no es que no le preguntó nada. Le preguntó su nombre y su apellido para comprobarlos en la lista donde figuraba él solo, porque fue el único que no se había enterado de que no se podía dar examen con ese profesor.

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Para definir caso fortuito o fuerza mayor utilizan esta terrible expresión:

que no puede preverse,

o que previsto, no puede evitarse.

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La falta de reciprocidad que puede impedir el amor,

no impide el amor de los padres hacia sus hijos, y de los hijos hacia sus padres;

donde la reciprocidad aparece y desaparece cíclicamente durante el curso de la vida.