lunes 18 de marzo de 2002

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Me gustaría hacer un desagravio de los políticos. Porque no pueden defenderse ellos mismos, sin que parezca que defienden privilegios.

Creo que es una vida muy esforzada la que llevan los políticos, primero, para colocarse, en medio de una lucha feroz, y luego, para mantenerse en su lugar, siempre incierto e inseguro.

Son vidas a veces bastante breves, a veces no, pero siempre llenas de tensiones y de sobresaltos.

Se los ve frecuentemente excedidos de peso, a veces en mal estado físico.

De ellos me gustaba decir que hacían muchos sacrificios con tal de no trabajar, pero eso era cuando el trabajo era una opción más o menos al alcance de la gente.

En cambio ahora, cualquiera que no trabaje, es una presión menos en un muy insuficiente mercado del trabajo, lo cual, también deberíamos agradecerles.

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Cuando se hacen las leyes, me gusta pensar que en alguna parte del procedimiento hay alguien que se sienta frente a una máquina y escribe un texto.

Y esa persona tiene problemas técnicos con ese texto,

porque tiene que decir cosas que tienen que estar lo suficientemente claras como para que se cumplan, para que sean útiles para los que se benefician,

pero suficientemente escondidas y difíciles de entender para que los que van a resultar perjudicados no se enteren y no se enojen.

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La falta de posibilidades de acceder a empleos remunerados arroja a mucha gente a la diaria lucha por revisar la basura y encontrar formas de hacer algún dinero con eso.

En esa tarea se ven familias enteras, grupos de amigos, distintas formas de organizarse.

No es un trabajo que parezca muy respetable, pero es indudablemente esforzado.

Y además es muy útil socialmente.

Y no estaría nada mal organizar la basura para que esta gente la tenga más fácil, y sacar por separado a la calle cada grupo de cosas que se desechan. Algunos vecinos están haciendo eso para facilitarles la tarea.

Pero para que esta sociedad se ocupe de la calidad de su basura, debe evolucionar todavía.

Eso sería realmente para alegrarse. Pero el tema de la basura quedará para otra oportunidad.

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Cuando una persona vive en las calles tiene este problema en la mente:

¿Qué hago con eso que soy yo?

¿Dónde lo pongo?

Y ese problema lo tiene cada día, y varias veces por día.

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Y cuando uno ve dormir a los pobres en las calles, los ve elegir lugares iluminados, muy iluminados. Demasiado iluminados. Porque están sujetos a muchos riesgos mientras duermen.

No quieren perder sus miserables pertenencias a manos de otros pobres, y no quieren exponerse a pasar de un sueño a otro a manos de cualquiera que decida quitarles la vida.

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Cuando se oye llorar un perro que uno imagina encerrado en un departamento, las caras incómodas de la gente dicen de la profundidad del sufrimiento que ese quejido logra transmitir.

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En algún momento de la vida escolar, se le intenta explicar a los niños la sociedad carnívora, la cuestión de los mataderos de hacienda, y todos esos temas inexplicables para los niños y para los adultos.

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Los silencios en la conversación son armas letales.

Empleados en una negociación pueden servir para obtener cosas de la otra parte, sin dar nada a cambio, simplemente porque enfrentar un silencio provoca incomodidad, y nos hace decir cosas que quizás debiéramos callar o no nos convenga decir.

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En la práctica de las artes marciales puede verse una cosa bien interesante.

Hay algunas técnicas que se practican preferentemente al final de la clase, cuando la persona está cansada, y quizás más aún, agotada.

Y explican esto los profesores diciendo que de esa manera, la persona utiliza recursos distintos de la fuerza y el raciocinio.

Son situaciones donde la persona apela a una percepción inmediata, y sus respuestas son casi automáticas, pero no tiene fuerzas suficientes como para ser agresiva.

Y yo pensé que sería por esa razón que en las crisis de la vida,

cuando parece que no damos más, todavía falta lo peor,

pero estar agotados nos da características que nos hacen funcionar muy distinto que en las situaciones normales,

y entonces, esos desafíos que parecen que ya sobraran, que ya serían demasiado,

quizás resulte que caen en el momento justo para que los enfrentemos sin fuerza y sin raciocinio,

con la percepción inmediata y los recursos adicionales que dan los estados límite que podemos tocar en los grandes momentos que no deberíamos buscar,

y que tampoco deberíamos ni podríamos ahorrarnos.