martes 27 de noviembre de 2001

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"Desde aquí se perfila fácilmente el sentido de la desvergüenza. Desde que la filosofía ya sólo es capaz de vivir hipócritamente lo que dice, le toca a la desvergüenza por contrapeso decir lo que se vive. En una cultura en la que el endurecimiento hace de la mentira una forma de vida, el proceso de la verdad depende de si se encuentran gentes que sean bastante agresivas y frescas ("desvergonzadas") para decir la verdad. Los poderosos abandonan su propia conciencia ante los locos, los payasos, los cínicos; por eso deja la anécdota decir a Alejandro Magno que querría ser Diógenes, si no fuera Alejandro. Si no fuera el loco de su propia ambición, tendría que hacer de loco para decir a la gente la verdad sobre sí mismo. (Y cuando los poderosos comienzan por su lado a pensar cínicamente -cuando saben la verdad sobre sí mismos y, sin embargo, "siguen adelante" – entonces realizan al completo la moderna definición del cinismo.)" P. Sloterdijk

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Pues, a estas alturas, escandalizar a la sociedad actual, he ahí algo que parece imposible. Carlos García Gual dice esto y otras cosas en el prólogo de su libro La secta del perro, vida de los filósofos cínicos.

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Y mi madre me sorprendió de nuevo. En medio de una conversación (monólogo típico suyo), que yo atendía muy distraídamente por tratarse de asuntos que había escuchado muchísimas veces, me preguntó: ¿qué estás leyendo ahora, filosofía? Y yo le contesté: estoy leyendo algo muy aburrido, los cínicos, y se lo dije más por espantarla que por otra cosa, y también le dije: Diógenes. Ah sí, me dijo, el que vivía en el tonel en la calle y andaba buscando con una linterna un hombre en pleno día. Sorprendido le dije, previendo otra sorpresa: si… el que se encontró con Alejandro Magno. Sí… me dijo mi madre… cuando Alejandro Magno le dijo que podía pedirle lo que quisiera, Diógenes le pidió que se moviera, porque le tapaba el sol. Y agregó mi madre, por si no quedaba claro: yo sé muchas cosas…