sábado 30 de marzo de 2002

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Ingmar Bergman, La linterna mágica. Memorias. Tusquets.

A mi edad lo imposible constituye un estímulo… los psicoanalistas dicen muy delicadamente que la pasión por lo imposible tiene que ver con la declinación de la potencia sexual.

¿Qué otra cosa iba decir un psicoanalista?

El caso es que yo creo que a mí me mueven otros motivos.

El fracaso puede tener un sabor fresco y acre, los contratiempos suscitan agresiones y despiertan la creatividad adormilada…

Antes de que me silencien las razones biológicas me gustaría que me contradijesen y me cuestionasen.

No sólo eso, eso lo hago cada día.

Quiero ser molesto, incordiador y difícil de encasillar.

A veces hace falta mucho más coraje para echar el freno que para disparar el cohete.

Tienes que saber lo que quieres, aunque estés equivocada.
Opinión y coherencia, es lo que tienes que tener, y eso no quiere decir que todo tiene que estar acentuado.
No es lo mismo acentuación que significado.
Andrea Corelli, citada textualmente por Bergman.

Mi amigo Erland Josephsson ha dicho alguna vez que uno debe cuidarse mucho de conocer a la gente porque cuando la conoce, uno empieza a quererla.

Ingmar Bergman. Memorias.

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En cierta época de la vida me tocó viajar en ómnibus de larga distancia y bajarme en el campo, en el medio de la noche. Donde las estrellas brillan todas y brillan de verdad.

Y había uno de los conductores, uno solo, un hombre muy educado, muy agradable, que cuando yo bajaba, y luego de saludarme, casi poniéndose el vehículo en marcha, tiraba al costado del camino una bolsa de residuos con los vasos y bandejas que habían descartado los pasajeros. Y a mí, eso, me dolía cada vez en el corazón, cada vez.

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No era una época en la que comía mucho. Obviamente, tampoco tomaba.

Pero de vez en cuando recibía una invitación a cenar de alguno de sus amigos ricos y eso era muy bueno porque hablaba de la amistad, y también uno se daba los gustos.

Pero ese hombre lo invitó a cenar y empezaron a conversar a las 20 hs y lo convidó con un whisky escocés de 12 años que estaba muy rico, y a las 23 hs le dijo que quería irse a dormir porque al otro día tendría mucho que hacer, y se olvidó de que la invitación había sido a cenar.

Y son esas cosas que no deberían ocurrir, pero a los seis meses, pasó exactamente lo mismo, solo que por las dudas, ya había cenado antes de presentarse a la invitación a cenar de ese hombre.

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¿De dónde le sale al hombre la fiebre de comunicar?

¿Porqué no será suficiente para uno el tomar contacto con las cosas extraordinarias y quedarse tranquilo con eso, sin contarle nada a nadie?

¿Qué es lo que esperamos de los otros?, ¿compartiendo con los otros?

¿Tal vez alguna suerte de confirmación?

¿Quizás dudamos de nuestras propias percepciones y si las confirmamos en los otros terminaremos considerándolas más reales?

¿Será tal vez el caso de que buscando tener vivencias comunes con el otro, se busquemos compartir sentimientos sustanciales?

Muchas preguntas, que jamás tendrán respuesta, porque sería como explicar ese movimiento hacia afuera que tenemos desde siempre.

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Tenía diez años, no más. No tendría más que eso. Y se pasaba las horas arriba de los techos de la casa, y también en la terraza, en esa casa de solamente planta baja, con muchos techos para andar a todas horas, y también con una terraza.

Ese atardecer no tenía nada en particular, hasta que vio flotando como a veinte metros un tubo de luz como se vería exactamente un tubo de luz florescente flotando en el aire, pero con una luz fría que a intervalos precisos se prendía y se apagaba por períodos muy breves regulares e iguales, mientras flotaba increíblemente avanzando por el aire muy lentamente desde su izquierda, dirigiéndose hacia la derecha, recto, tranquilo. Y cuando confirmó lo que estaba viendo, porque no podía creerlo, salió disparado hacia abajo hacia el patio, donde encontró a su madre, a su padre y a uno de sus hermanos mayores, a quienes llamó en forma vehemente y a los gritos para que subieran con toda urgencia a ver eso, y perdió tiempo precioso.

Porque no creyeron que allí arriba hubiera nada, no creyeron que valiese la pena en absoluto moverse y subir esa escalera, y para cuando él comprendió que era inútil, dijera lo que dijera y rogara lo que rogara, volvió allá arriba, y efectivamente, ya no había nada para mirar ahí.

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Y por más que uno tenga esa tendencia a compartir las experiencias, debemos aceptar más de una vez que el viaje se hace solo, porque es solamente por un milagro, que sólo pocas veces se dará, que alguien te acompañe en ese viaje.