sábado 13 de abril de 2002

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Cierta gente que ha sentido que tocaba alguna verdad en un campo determinado, ha tenido el ansia por llevarla más allá de esos límites,

porque quizás esa verdad fuese la tan esperada verdad acerca de todo y de todos, una certidumbre, un refugio de orden, amor y paz en un mundo que a veces se siente como lleno de dolor, caos y confusión.

No es raro entonces que se fuercen imperceptible o violentamente los hechos, las percepciones, las evidencias y todo lo que se cruce, para adaptarlos o conformarlos a ese sistema, a esa verdad que bien puede haber obrado milagros para un caso,
un campo, un momento y unas personas determinadas, pero que más allá de esas circunstancias podría llegar a funcionar como prisión y como falsedad.

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Aun cuando sea la verdad más evidente y respetable la que se adueñe de la persona, esa verdad comunica pasión, vehemencia, ardor emocional, convicción, y un sinnúmero de loables sentimientos afines que han dado argumento para la literatura y para los más diversos crímenes cometidos por defender e imponer las mejores y las más sublimes causas.

Quien conoce y sabe la verdad puede sentirse justificadamente molesto con quienes no estén de acuerdo con esa verdad.

Cuanto más importante sea la verdad, mayor será la convicción de la importancia de la tarea de la persona que está en conocimiento de esa verdad.

Y mayor será la apreciación del prójimo como obstáculo a remover cuando no esté de acuerdo con esa verdad.

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Cuando escucho a alguien dar explicaciones técnicas detalladas sobre algo para asombro y atención de su público ocasional, no puedo evitar pensar en qué poco debe saber esa persona para necesitar encandilar así a su público.

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Quien haya sabido alguna vez algo sobre alguna cosa en particular, o quizás sobre más de una, habrá advertido que a medida que crecen las certidumbres en cualquier ámbito, también crecen las incertidumbres, los campos indefinidos, los grises, los aspectos importantísimos pero a la vez indiferentes, imprecisos, equívocos o ambiguos.

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Entonces, podría pensarse que la persona que más advirtiese sobre la complejidad de los matices de todo y de cada cosa, menos necesidad tendría de limitarse y de contentarse con solamente una verdad, que quizás no la haya, o podría llegar a tener en cuenta que quizás no importe tanto si la hay o si no la hay.

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Pero en realidad cualquiera que lea esto y no esté de acuerdo con lo que se dice, o no sepa si está de acuerdo o no, puede quedarse tranquilo, porque no estoy seguro para nada de que todo esto que dije sea la verdad.