viernes 29 de noviembre de 2002

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la señora pedía dinero en el transporte público; clase social baja; modos corteses muy cortantes; actitud transparentemente autoritaria; algún empujón como casual pero en el verdadero filo de lo aceptable inaceptable, cuando alguno se negaba a recibirle las inútiles tarjetitas ilustradas que ella dejaba para que las mirasen;
cuando alguien le daba unos centavos y quería devolverle su tarjetita, para que se quedara con las monedas y con la tarjetita, ella decía dos veces consecutivas, en el mismo tono cortante, autoritario, a suficiente volumen para que todo el mundo la escuchase:
no la voy a llevar;
que sería su forma de escupirle a quien le diera las monedas:
aceptaré sus monedas como precio de la compra,
pero no como limosna
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la avidez por sentarse en el transporte público muy pocas veces tendrá que ver con el verdadero cansancio; quizás sea una forma de obtener más por el mismo dinero del pasaje, o de no obtener menos por ese dinero;
pero la mujer que preguntó a uno y a otro sin ningún apuro si deseaban sentarse antes que ella en ese asiento que había quedado vacío, brilló
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Fanny y Alexander, una película de otros tiempos, dirigida por Ingmar Bergman, en la que, entre muchas otras cosas, hay un niño que ve espectros, una idea que pareció original cuando uno veía la película Sexto sentido, con Bruce Willys