miércoles 3 de julio de 2002

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Caminar por las calles de la ciudad implica no mirar de frente a la gente que se cruza con nosotros.

No se trata solamente de dar claras señales de no conocer a esa persona.

Se trata de hacer de cuenta que no hay nadie allí, ni de su lado, ni probablemente del nuestro tampoco.

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En lo que le pareció uno de los momentos más difíciles de su nueva vida, ese hombre tendió a desesperar con las dificultades (que enseguida se resolvieron).

Fue allí que expresó esta pretensión, del todo imposible:

Quisiera ser otro, no estar acá.

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Cualquiera sea la edad que tengamos, o la experiencia que podamos haber juntado en el oficio que fuese, así sea meramente en el de vivir, suceden todo el tiempo cosas que nos parecen injustas tratándose de nosotros, y si sentimos eso es porque consideramos que debiéramos estar más allá de ciertas dificultades en virtud del viaje que ya tenemos hecho.

Y esa sensación deriva de andar por la vida con una noción implícita de que uno debería tener ciertos derechos asegurados solamente por la antigüedad que tiene, derechos que la vida ignora, cada vez que puede.

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Si yo empezara cada vez con algo nuevo, lo haría sin ninguna pretensión, sorprendido de poder hacer siquiera la mínima cosa por mí mismo, sin ayuda de nadie. Y cada cosa sería casi un milagro.

Pero funcionar así tampoco sería posible, porque desde el espejo nos recordamos como éramos ayer, y los demás, y todo el resto de las cosas nos recuerdan todo lo que pasó y llevan lo nuevo a parecerse a eso.

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Pero las crisis, las tragedias, los accidentes, los grandes eventos que aparecen cada tanto, rompen las reglas, y empezamos otro ciclo, si es que podemos hacerlo.