lunes 11 de febrero de 2002

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Alguna vez en este mismo espacio decía que cuando nos ponemos más grandes arriesgamos más, pero eso no será igual para todas las personas, porque habrá quienes cada vez arriesguen menos a medida que aumentan en la edad.

Y yo pensé que para los que arriesguen más quizás arriesguen porque sientan que les quedaría bien poco tiempo sobre esta tierra, y porque para qué iríamos a demorar nada para esperar qué cosa, o porque quizás piensen que no tienen ya nada que se pudiera perder, o porque crean que en el fondo no hay nada que pueda salir mal, pensándolo bien.

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No es muy distinto, pero es toda una diferencia, decir de algo que es horrible,
que decir que no le gusta a uno.

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Es importante dejar de prestarse tanta atención a uno mismo, y ver que los otros también están allí por algo y darles el lugar que se merecen en nuestra atención y en nuestro afecto y en nuestra energía y en nuestro tiempo.

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Pero teniendo en cuenta que no vale la pena ir haciendo las cosas como los otros esperan que las hagamos, o muchísimo peor todavía, lo cual es una verdadera catástrofe,
no vale la pena para nada hacer las cosas como pensamos que quizás en una de ésas sería eventualmente y sin ninguna clase de seguridad para nada, el modo en que los demás podrían llegar posiblemente a esperar que las hagamos.
Este tipo de sopa confusa y por demás lamentable se ve en acción cuando llamamos a alguien pensando que espera que lo llamemos, y ese alguien nos hace una cita pensando que nosotros queremos y necesitamos eso, y entonces compramos un regalo pensando que es algo que el otro necesita y el otro nos retribuye con algo que supone que nosotros queremos, y esto sigue en una lista sin fin, cuando la verdad es que nadie necesitaba ni quería nada y se fue montando una locura prácticamente sin fin con dos actores que intentan adivinar sin éxito los deseos y necesidades del otro.
Que es lo que muchas veces se nos lleva toda la vida o grandes partes de ella.
Y el mundo real, sea lo que fuere eso, está todo ese tiempo allá afuera, aburrido de esperar que le dejen jugar alguna vez alguna carta, alguna vez, en el curso de las relaciones entre las personas.